QUIEBRES.
Hablemos de fragilidad, Latinoamérica y techno.
OPINIÓN
11/1/20242 min read
Hay algo en la facilidad con que las cosas se rompen, con la fragilidad, pedazos rotos de algo botado en el piso, al lado de la carretera, vidrios punzantes amenazantes, hojas secas que al pisarlas se quiebran como les beats de Verraco en Fragility. Hablemos de fragilidad, Latinoamérica y techno.
La historia convencional suele ubicar los sonidos electrónicos fuertes en bodegas europeas y gringas, en cuerpos caucásicos, en el house de Chicago, en el techno de Detroit en el acid house de UK, en la unificación de sonidos de Berlín. Pero esos son vacíos de poderes diferentes, colapsos de sistemas distintos que necesitaban su propia banda sonora, y que lograron que beats contundentes y ritmos desenfrenados fueran el escape de una juventud que vio morir la música disco, vio caer el muro de Berlín, vio nacer esa dinámica de lugares abandonados, equipos de sonido, bailes longevos que lograron darle forma a ese rave eterno, valioso, imponente e icónico, pero que no es el rave de esta parte del mundo.
Esta parte del mundo que está rota, que está roída y acribillada por la desesperanza, por falta de otros poderes, colapsos distintos que hacen que hayamos nacido entre conflictos e incertidumbres opuestas a las del ruido y el rave de otras latitudes. Una región que suele absorber información de otros lados con cierta tardanza como Suramérica, en temas electrónicos ha vivido y vive bajo la sombra de unos sentimientos sonoros que no le pertenecen.
Las sonoridades post muro de Berlín que formaron pistas de baile contundentes y rebeldes formaron la idea de techno y de rave que lentamente Suramérica comenzó a abrazar. Hicimos parte de nosotros una fiesta que nos ayudó a desahogarnos de la incertidumbre, la acogimos tanto que nos olvidamos de nuestros problemas y de nuestra propia fragilidad. Empinamos el codo por el rave, por el techno, por el baile, por esos ritmos que nos hacen marchar a ningún lado, y terminamos acostumbrándonos a beats ajenos que no representan ni sonora ni políticamente las angustias de ser latinoamericano.
Nuestros paisajes sonoros son más frágiles, menos contundentes, más indecisos, menos oscuros, más inciertos. Son más como esa hoja seca que se quiebra debajo de una pisada, y no tanto como los compases rítmicos simétricos, casi robóticos, muy alemanes, tan industriales, tan poco nosotros. ¿Está de más decir que latinoamérica es un pueblo roto e incierto? ¿Que nos une la desigualdad, la rabia, la lucha, las ganas de bailar y el aguante de un roble?
Sonidos calmados, inciertos y quebrados que nos pintan un paisaje que termina convirtiéndose en una pista de baile, una pista en la selva de cemento que puede ser cualquier ciudad latinoamericana. Estos paisajes de techno que tienen más implantado el ADN de la fragilidad y la incertidumbre, que terminan dándole un poco más de forma a nuestro rave, el rave latino.